¡Feliz día del padre!
Recordando mi inolvidable infancia, y el más vívido impacto de la figura de papá.
Faltaba poco más de media hora para que comenzaran las aventuras en la televisión cubana, como solía suceder los lunes, miércoles y viernes, a las 7:30 de la noche.
En mi mano derecha, tenía tres plumones casi desgastados, uno amarillo, otro verde y el clásico azul, que no podía faltar, porque era mi color favorito. Todos, ya habían pasado por las manos mágicas de papá, quien intentó restaurarlos y darle vida con el famoso truco del alcohol—que él en realidad llamaba “mojo”—, untado levemente en la tela medio esponjosa que llevaban dentro.
Inamovibles en mi mano izquierda, portaba un lápiz amarillo de punta fina, afilada, con el que intenté algunos trazos zigzagueantes, para luego colorear las líneas de mi terreno de béisbol en nada menos que una hoja de papel gaceta. Pero, ¿sabes cuál era mi empeño después de un par de puntas de lápiz partidas y un diamante beisbolero donde el trazo perdía su rumbo?: quería ser como papá.
Papá era uno de esos artistas desconocidos, naturales, espontáneos, increíbles, auténticos, sorprendentes, empíricos, que podía dibujar lo que se le ocurriera. Y, oye, te lo digo sin exagerar, la última marca de grafito que emanara de sus trazos en cualquier hoja, entusiasmaba como cuando apreciamos el impacto del arte.
Con el tiempo, aprendí varios de sus trucos y comencé a adorar la pintura y los dibujos por todo lo que me inspiraba, pero sabía que nunca iba a lograr dibujar como papá. También me di cuenta desde pequeño, que a veces hay talentos que nunca llegamos a explotar o descubrir. Y la razón, creo, es porque simplemente hay cosas geniales que podemos hacer, pero no son realmente las que soñamos hacer.
Papá adoraba pintar para mí. Hacer dibujos de mi rostro era su devoción, y nunca supe profundamente por qué, pero siempre sentía que una de las grandes razones era, obviamente, su amor de padre.
A casi todos nos sucede algo similar: de alguna manera, queremos ser como papá, e intentamos imitarlo—muchas veces hasta que descubrimos nuestras propias pasiones—. Queremos beber de su manantial de amor y de sabiduría por toda la vida—Y, cuando digo papá, también estoy incluyendo a tíos o abuelos, quienes también suelen ser figuras paternas influyentes—.
Aquella tarde, eso era todo lo que tenía en mi mente, aunque lo procesara de otra manera. En la escuela primaria, y mis amigos de la infancia no me dejarán mentir, siempre fui alagado por mi caligrafía. ¡Adoraba la perfección! Siempre he sentido el deseo por escribir, y una de las grandes pasiones de mi vida la desarrollé gracias a la destreza con que escribían mis padres. Aunque, bueno, más que destreza, papá tenía una facilidad increíblemente atípica, y era que podía escribir con letras diferentes y, ¡escucha qué locura!: lo hacía con ambas manos.
Así que, no podía haber otra sensación más interesante que descubrir aquel truco: ¿cómo lo hacía? Nunca me di por vencido, sinceramente, a pesar de los lápices que cedieron en el camino, pero escogí mi propia pasión inspirado en su talento. Desarrollé el deseo por escribir, adoraba la lectura y las matemáticas. También logré aprender a dibujar con el paso del tiempo. Sin embargo, lo más hermoso de todo eso, aparte de querer acercarme a la brillantez de papá, fue que cada cosa que aprendía giraba alrededor del béisbol.
Mira, te diré algo: era raro. Sí, raro. Era extraño porque me enamoré del béisbol sin que nadie me lo inculcara. Y ahora, casi un cuarto de siglo después, me complace recordar los momentos más hermosos de mi infancia. Cómo me deleitaba con todos aquellos retos en los que mi inspiración por la destreza de papá, influyó para que desarrollara mis propios sueños.
Cuando terminé de intentar escribir con la mano izquierda—y no podría decirte que me di por vencido—, completé mi campo de béisbol sin muchas pretensiones. Lo importante no era la belleza en sí del diamante, o que aquellos trazos quedaran perfectos: más que eso, quería tener mi propio campo de béisbol.
Estaba comenzando a adorar el juego y, aunque siento que mi papá no le prestó mucha atención, porque no era un apasionado de los deportes, sigo estando feliz por escoger mi camino.
Lo que para otros niños y adultos, sinceramente a veces parecía absurdo, era mi mundo alternativo, con recortes de periódicos y estadísticas. Cuadernos donde registraba los números de uniforme, y con mis plumones sedientos, intentaba darle el color adecuado a cada equipo. El tiempo siguió pasando y, no me molesté porque papá aborrecía los deportes—aparte de que fui entendiendo más sobre su enfermedad mental—.
Tampoco me desanimaba que no jugáramos juntos, y que no supiera responder a mis preguntas cada vez más complicadas sobre el laberinto de las Reglas del béisbol. Nunca fuimos juntos al estadio y, en verdad, siento que no haya estado conforme con que no siguiera sus pasos en el mundo de la electrónica, su verdadera pasión.
De cualquier manera, disfruté cada noche fría en el estadio Latinoamericano, sin sus brazos cerca para ofrecerme su calor y compartir entre bolas y strikes. Pero, a medida que pasaba el tiempo, su negación me hizo más fuerte, y también intentaba comprender cómo funcionaba su compleja enfermedad. Cuando se enteró que obtuve mi primer trabajo en el béisbol, llevándolo junto con mis estudios de diseño e informática, estuvo feliz y me dio un abrazo.
Nunca fue tarde para esperar ese momento, y siempre soñé con que viviríamos un viaje juntos al estadio de béisbol. Producto de su penosa enfermedad, nunca quise presionarlo. Sentí que ese momento llegaría, pero no sucedió.
Hoy, inevitablemente pienso en los mejores recuerdos de mi infancia, en aquellos trazos divertidos e imperfectos, que sobrepasaban el papel. Pienso en cada experiencia que viví con mis amigos en el estadio de béisbol y, cuando cubro cualquier juego, los recuerdos me conmueven.
Papá murió hace 12 años, y el instante que esperé nunca se cumplió. Aun así, no guardo rencor alguno por eso. Estaría feliz si él pudiera escucharme ahora, una vez más. Y, a cada segundo: estoy soñando con el momento en que pueda vivir cualquier experiencia con mis hijos.
“Si lo tienes lejos o cerca, pero aún está vivo: ¡disfruta a tu viejo!”
¡Feliz día del padre!
Atentamente, Yirsandy.
Oh, what a thrill it is to read this column, Yirsandy! It explains so much to me about your deep love and devotion to the game of baseball. I am not surprised it also involves the love and inspiration you received from your dad. This rminds me, of course, of the 1989 movie, "Field of Dreams," which was created and filmed here in Iowa. Yes, that movie is about baseball, but it really is about fathers & sons. Have you seen it? If not, you must! In fact, if you have not seen it, I will bring a video copy of it with me to Cuba early next year. All the best to you, and keep your great baseball essays coming!