Enrique Díaz tocó la pelota por la antesala —aquella tarde de 1998 aún no sabía lo que significaba un “Squeeze play” suicida— y el corredor que venía de tercera hacia el plato se deslizó como si estuviera tirándose en una piscina. Era el número “5” del equipo de Metropolitanos, un jugador delgado, de mediana estatura, del cual me sorprendió su impresionante rapidez y reacción al instante como el sonido del impacto de la pelota contra el bate de aluminio.
Luego, entre conversaciones de aficionados que parecían divididos entre bandos “azules” y “rojos”—aunque la fanaticada de los Industriales superaba a la de los Metros—, escuché su nombre: “Buena esa Yasser”, gritó un fanático emocionado por el deslizamiento que puso delante al equipo de Metropolitanos en el marcador.
Minutos más tarde, cuando el centerfielder de los Metros caminó hacia el plato, entonces escuché su nombre por la amplificación local: “Yasser Gómez, jardinero centraaaallll”, anunció el locutor del estadio Latinoamericano. Como solía suceder en aquellos años cuando comencé a cultivar mi pasión por el béisbol y sus números —desde estadísticas hasta un registro personal que llevaba en mis libretas con cada número de cuanto jugador podía verificar—, las credenciales de Yasser Gómez, como muchos otros atletas, pasaron a mi psiquis beisbolera.
Lo sorprendente para mí fue que, al año siguiente, Yasser seguía usando el mismo número, pero ya no jugaba para los rojos: había pasado a ser jardinero titular de los azules, y seguía exhibiendo sus admirables capacidades como bateador de contacto, excelente corredor de bases y un outfielder que lucía destreza y astucia dentro del campo.
La historia que nunca olvidaré, que realmente me llevó a traer de regreso este recuerdo, fue cuando sintonicé las primeras transmisiones radiales de los Industriales en la temporada de 1999. “Batea Yasser ‘la espuma’ Gómez, el hijo de Lola y Richard”, anunció el narrador-comentarista de la Radio COCO, William Vizoso Vasallo. Y luego, cuando le marcaron la primera bola, entonces fue que comencé a entrar en shock: “Yasser sale del cajón”, describió William, se frota las manos, y busca señas con el ‘Coco’ Gómez, coach de tercera, mientras Carlos Tabares también está recibiendo señas de Alejandro Gómez, coach de primera”.
¿Estaba escuchando bien?, me pregunté: Un Gómez en la caja de bateo, y dos en las cajas de coach de tercera y primera, ¿todos serán familia?... ¡que interesante curiosidad!, pensé. Aquel partido fue entre Industriales y Ciego de Ávila a finales de diciembre de 1999, una temporada totalmente atípica, donde la ofensiva decayó a niveles que cada día parecían insospechados.*
*Si seguiste el béisbol por aquellos años o escuchaste la debacle que sucedió, probablemente recuerdes una de las noticias más singulares al término de la temporada regular: el cátcher de Industriales, Iván Correa, padre de Lisbán Correa, lideró la liga bateando más jonrones (10) que tres equipos (Holguín, Cienfuegos y Camagüey) de la Serie Nacional en 1999. ¿La razón? El ineficiente bote de la pelota Batos, impactando la ofensiva al punto de que se batearon más triples (429) que jonrones (285).
Desde aquella tarde, tuve la curiosidad de apreciar más el trabajo de los coach, ver de qué se trataba en sí, más allá del simple hecho de transmitir señas al bateador o a los corredores. Pregunté tanto por el famoso “Coco” Gómez, Juan Gómez Mazorra, que el abuelo de mi amigo Ernesto nos llevó a intentar conocerlo personalmente antes de comenzar el juego. Con tantos peloteros que seguir y jugadas para apreciar, obviamente, no era habitual ver a un fanático adolescente intentando conocer a un coach. Sin embargo, el “Coco” no era simplemente el coach de Industriales, sino una institución como entrenador, director y, sobre todo, un excelente ser humano.
Estrechar su diestra y pedirle un autógrafo fue uno de los momentos que jamás olvidaré. Al inicio, nos respondió algunas dudas que teníamos, y luego terminó regalándonos una pelota de béisbol. Como niños al fin, aún no podíamos apreciar profundamente cuánto significaba el amable gesto del Coco, en un momento inolvidable de los tantos que he vivido en el béisbol. Luego, durante el partido, no dejaba de fijarme en cada detalle de su trabajo. El juego de béisbol es tan inmenso en todos los sentidos, que puedes incluso pasar varios innings tratando de enfocarte en un solo jugador, una posible jugada en común como la espera de cualquier contacto o, por citar otros ejemplos, simplemente el calentamiento de los lanzadores o los movimientos de los jugadores a la defensiva contra cada bateador.
Meses después, la pelota que el Coco nos obsequió se fue desgastando porque, entre compañeros de la escuela primaria en quinto grado, jugábamos a pasarnos tiros en la calle, e incluso contra una pared lateral en el fondo de la escuela, para recoger los rebotes. Esta tarde, cuando me preparaba para seguir los juegos de la postemporada, recordé todos aquellos momentos inolvidables al escuchar la terrible noticia del fallecimiento del Coco Gómez.
Me hubiera encantado haber conservado aquella pelota hace más de 20 años, pero fue inevitable que terminada quebrándose de tanto usarla en cualquier tipo de terreno. Sin embargo, con sumo pesar, me reconforta haber tenido la oportunidad de conocer a un hombre de béisbol tan especial como el Coco. Lo hice en mi infancia, y varios años después me di el gusto de recordarle en una tarde cuando coincidimos en la Ciudad Deportiva capitalina, donde entrenaban los equipos de Industriales y Metropolitanos.
Cuando le conté la historia al Coco, me preguntó con su jovialidad característica: “¿y aún te acuerdas de eso?”, y luego continuamos hablando de béisbol por algunos minutos, donde su sabiduría fue perenne en el cajón de bateo. Obviamente, estoy seguro que, después de tantos años, era bastante difícil que se recordara con lujo de detalles, pero me dio un abrazo y las gracias por rememorar aquel momento. Ese gesto, una vez más, me demostró la calidad humana y el gran corazón del Coco Gómez.
Descansa en paz, amigo. Nunca te olvidaré.
….emotivo y reverente post Maestro, hay personas que por su calidad humana y profesional no merecen ignorarse con tanta frialdad y soslayo, ha fallecido un icono del Béisbol cubano y no han mencionado su desaparición, cómo es posible que ni 1’ de silencio se hiciera en el stadium paralelo al retiro de Mayeta, cómo es posible que la FCB y CNB haya apagado tanta gloria al béisbol acumulada, es indignante la ausencia de respeto y vergüenza en la máxima autoridad del Béisbol Nacional Cubano, saludos…