Leyendas del béisbol cubano: Andrés Ayón
En honor a uno de los más ilustres lanzadores cubanos de todos los tiempos, Andrés Ayón Brown.
Como la mayoría de los fanáticos del béisbol, crecemos con el deseo de conocer a nuestros jugadores favoritos.
Luego, a medida que pasan los años, a veces la predilección que sentimos por un pelotero cambia y se enfoca en otro, pero casi siempre nos quedamos con imborrables recuerdos de cada experiencia de vida.
Esa sensación es algo que he logrado vivir a través de varios años gracias a mi trabajo dentro del béisbol cubano, donde he logrado compartir con estelares jugadores de diferentes épocas y generaciones. Ahora podría recordar inolvidables charlas con Pedro Chávez, Jorge Trigoura, Tony González, Antonio Muñoz, Braudilio Vinent, Julio Romero, Miguel Cuevas, Lázaro Junco o el lamentablemente fallecido Pedro José “Cheito” Rodríguez, entre muchos otros, todos leyendas vivientes de nuestro pasatiempo nacional en Cuba, que se reunían en los Juegos de las Estrellas de Veteranos.
Aunque a la mayoría de ellos no los pude ver jugar, porque rubricaron sus hazañas en otras épocas, había tenido la posibilidad de revivir sus memorables historias a través de la lectura. Gracias al acucioso bregar de mi tío Beto—lamentablemente fallecido—, quien me inspiró obsequiándome buena parte de su archivo personal, pude coleccionar varias guías de las primeras Series Nacionales.
Aún conservo la mayoría de ellas, perfumando mis archivos con ese inconfundible olor que adquieren los libros tras ser conservados debidamente por varios años. Todavía me deleito con las fotos de colores enteros, la sección llamada “Cuadro de Honor”, donde se registraban los líderes y, al final, el plato fuerte: Las estadísticas detalladas de cada jugador.
O sea que, a pesar de no haber podido vivir ese béisbol romántico de los 60’ y los 70’ en Cuba, ni la Liga Profesional Cubana antes de las Series Nacionales, al menos había suficientes historias en libros y recortes de periódicos que servían como puente para dar un viaje mágico a aquel béisbol de antaño. Sin embargo, siempre hubo un bounce brusco—‘como se dice en el argot beisbolero’—, capaz de hacer difícil la conexión con las hazañas de los peloteros cubanos que se desempeñaban en el béisbol profesional.
Según me contaba mi tío, la información era escueta, y obviamente se hacía bastante difícil de acceder, por ejemplo, a revistas o periódicos internacionales, sino algún familiar o amigo no lo traía del exterior. Nada se asemejaba al desarrollo que disfrutamos a día de hoy, con diversas vías para obtener información privilegiada en incontables sitios que ofrecen detalladas referencias sobre todas las ligas de béisbol a nivel mundial.
Así pues, mientras estudiaba en la Secundaria Básica, me reuní con varios amigos e intentamos indagar sobre cuáles podían ser las mejores vías para encontrar periódicos, revistas o folletos en diferentes bibliotecas, con referencia que nos permitieran leer historias beisboleras de épocas pasadas.
Sí, buscábamos saber más sobre la vida de Tany Pérez, Luis Tiant, José de la Caridad Méndez, Cristóbal Torriente o Tony Oliva, entre otros cubanos que llegaron al estrellato en las Grandes Ligas y las Ligas Negras, siendo “Leyendas vivientes” prácticamente condenadas al olvido.
Desenterrar esos tesoros insospechados en nuestra infancia, o al menos intentarlo, para nosotros comenzaba a convertirse en una obsesión, porque era casi imposible. Sin embargo, pocos años después, cuando aprobé un curso de anotación codificada—el sistema que se utilizaba en la Serie Nacional del béisbol cubano desde 1976—, experimenté una apertura que me permitió adentrarme en el mundo que tanto soñaba.
Tener la posibilidad de conocer a tantos héroes de cerca fue fantástico, emocionante, y aún diría que para mí sigue siendo una experiencia única. Entonces, simplemente comenzó a pasar el tiempo, y hubo una tarde especial que nunca olvidaré. Yo estaba sentado en el palco de prensa del estadio Santiago “Changa” Mederos, completando unos apuntes sobre el equipo provincial juvenil de La Habana y, de momento, la presencia de un hombre de pasos lentos y firmes prácticamente detuvo el accionar en el estadio.
El custodio de la puerta principal, otro de los icónicos personajes beisboleros del “Changa”, el ya desaparecido “Cucho” Ruiz, ex pelotero en sus años mozos durante la década de los cincuenta, se paró en la puerta de la cabina y le dijo al locutor local: “Anuncien ahí que entró al estadio Andrés ‘El Perfecto’ Ayón, leyenda del béisbol cubano y mexicano, de los grandes”… “Este sí no era un ‘pitchercito de café con leche’”, una de las frases más jocosas que distinguía al viejo “Cucho”.