Más que cargar bates: La intensa pasión que “Miguelito” Miranda vivió con Camagüey en el terreno de pelota
Recordando al incansable y querido carga bates de los Toros de Camagüey, Miguel Miranda.
—Julio 23, 2020
Ni siquiera Sergio Quesada, el otrora intermedista camagüeyano con más apariciones en home (8,310) en la historia de las Series Nacionales, dio más viajes por el plato que “Miguelito” Miranda, quien entregó buena parte de su vida como carga bates con equipos agramontinos.
Siempre activo, dedicado y pendiente a cada acción no sólo auxiliando a los bateadores, sino también usando su suspicacia para leer el juego y servir de fiel mensajero en cada carrerita del dugout al círculo de espera o hasta la inicial, es totalmente improbable que algún jugador haya dado más pasos que Miguelito en el estadio Cándido González.
Normalmente, un bateador comienza a prepararse para la acción ofensiva desde el banco hasta que entra al círculo de espera, donde realizan algunos swings y se enfocan en cada detalle del lanzador o la situación de juego: Pero el trabajo del carga bates va más allá de esa actividad, llevando en su responsabilidad mucho más que el simple hecho de recoger los maderos.
El trabajo no comienza con el playball, sino mucho antes, pero además, siempre acaba después del último out. Por eso, como me dijo el ex carga bates agramontino Miguelito Miranda una tarde en el estadio Santiago “Changa” Mederos, “hay que trabajar duro, mulato”. Y eso es muy cierto.
Aquella tarde soleada de marzo de 2011, dos horas antes de que Metropolitanos enfrentara a Camagüey, aprecié una vez más el ‘subvalorado’ esfuerzo de un carga bates. Para entonces, aún me desempeñaba como uno de los Anotadores Oficiales de la capital —labor que desarrollé por más de una década en Series Nacionales—, cubriendo los juegos de Industriales y Metros.
Como rutina muy personal, siempre me tracé la meta de esperar la llegada del equipo visitador para entregarle un reporte actualizado de estadísticas y, luego, recibir la alineación dictada por el manager del equipo. Así pues, la mayoría de las veces, permanecía revisando que los reportes impresos lucieran lo más nítidos posibles, y a la vez analizaba el desempeño individual de cada jugador. A la espera de los protagonistas, aunque no vi a ningún pelotero camagüeyano, me instalé en el dugout cuando vi de lejos el ómnibus del equipo.
Con dos victorias, 5-4 (con éxito para Vicyohandry Odelín) y 10-5, el deseo de llegar al diamante para buscar la barrida parecía razonable en las ansias de los Toros de Camagüey, antes de enviar al montículo aquel jueves 17 de marzo de 2011 al zurdo Elier Sánchez.
Pasaron algunos minutos de intenso calor a la altura de la grama, con ese olor peculiar a hierba acabada de rociar de agua por los trabajadores de mantenimiento, y entonces sentí el ruido de una carretilla que se acercaba. Cantando no sé qué, a su ritmo, ahí venía “Miguelito”, con sus espejuelos de cristal grueso, la visera de la gorra que aparentemente le tapaba la vista, dejando ver la “C” de Camagüey, y un montón de bates apilados en una bolsa. Tirando de su brazo izquierdo, con una soga algo desgastada, cargaba varios cascos que sonaron como campanas cuando me extendió la mano para saludarme.
“Buenas tardes, aquí estamos, mulato, en la batalla”, me dijo, mientras soltaba todos los accesorios que movió desde el extremo derecho del estadio hasta la puerta de salida hacia la calle Primelles, donde estaba estacionado el ómnibus de los Toros.
Y ahí, rápidamente, mientras cantaba un “bolerón” que no tenía en el arsenal musicológico de mi memoria, Miguelito, el súper veterano de 77 años, se activó a un ritmo juvenil, con envidiable destreza para colocarlo todo en su lugar. Ubicó los bates uno a uno en la batera, los cascos debajo y, para mi asombro, salió caminando a paso doble y trajo un par de mallas. Me preguntó la hora y, cuando le dije que aún ni siquiera había llegado el equipo home club, me expresó de manera jocosa: “Bueno, ya lo mío está montado, y lo demás viene en el segundo viaje”.
Bates, pelotas, mallas, maletines con otros implementos y la responsabilidad de velar por la integridad y el debido orden de todo. Luego, lanzarse al terreno en cada oportunidad a la ofensiva y correr de un lado a otro, auxiliando tanto al bateador como a los corredores en las bases. Estimulando a cada bateador a viva voz mientras, una que otra vez, hacía gala de su marcha atrás, con el trote característico como burlando las hojas del almanaque.
Ese, cada día dentro del campo, era el tiempo sagrado que tanto disfrutó “Miguelito”, desde antes del playball hasta después del último out, donde en los partidos vespertinos se impone una práctica de bateo o ejercicios adicionales al término de los juegos, según se planifique.
Con sus codos plantados casi entre los orificios de la cerca del dugout de primera, a “Miguelito” se le notaba en sus ojos el brillo juvenil de quien está deseoso de abrazar el ardiente sol de la grama, como uno más de los tantos hombres que adoramos nuestro trabajo. Estaba sudoroso, pero satisfecho, y con una energía que se transmitía de sólo apreciar su amor por el béisbol. “Ahora cuando lleguen los muchachos, tenemos práctica de bateo, ¿tú sabes quién tiene la llave de la jaula?”, preguntó. Y rápidamente lo llevé hasta donde estaba el administrador del terreno, en su oficina cerca del área de foul del rightfield.
Mientras caminábamos, le dejé saber mi aprecio a “Miguelito”, y hablamos sobre su trabajo. En aquella temporada 2010-2011, se jugaba la 50 Serie Nacional, y yo tenía experiencia desde la 44 a tiempo completo, así que sabía bien sobre el trabajo de un carga bates en el béisbol. Y de eso se trató la mini charla que sostuvimos, en los pocos metros que caminamos juntos. “A mí me gusta mi trabajo y lo disfruto, pero a veces muchas personas no saben todo lo que debemos hacer”, me confesó. Y era cierto. “Pero esto es mi vida y lo disfruto, aunque mucho más cuando ganamos”, sonrió.
En la puerta de la oficina de administración del estadio nos despedimos, pero siempre que nos vimos tiempo después, incluso antes de que me diera cuenta, ya “Miguelito” me había intersectado para saludarme. Siempre fue amable y entusiasta, incluso aquejado de cualquier problema de salud.
Así sucedió el año pasado en mi visita al estadio Cándido González, cuando conversamos cerca de las escaleras que conducen a la cabina de transmisión. Le pregunté sobre el equipo y me dijo que estaba contento, sonriendo como de costumbre. Ahí, sin saberlo, nos despedimos para siempre, y ese dolor lo sentí este miércoles cuando escuché la noticia de su muerte.
Al instante me invadió la tristeza, pero al mismo tiempo, también me colmó la alegría de haberlo conocido, cuando recordé en mi memoria su gran espíritu de combatividad, y el amor que le dedicó a su labor como carga bates. Con la gran temporada de los Toros hasta discutir la final en enero pasado y quedar como subcampeones ante Matanzas, tenía la plena seguridad de que “Miguelito” Miranda había estado muy feliz.
Por eso creo que así, con esa misma pasión desbordante por los Toros, el equipo de su corazón, deberíamos recordar a un hombre ilustre que, a pesar de no batear jonrones o haber ponchado a algún bateador, fue capaz de defender la camiseta como un pelotero más.
A todos sus familiares y amigos, a quienes pudieron conocer al siempre humilde y amable “Miguelito” Miranda, les envío mi más sentido pésame, uniéndome al dolor por su partida.
Gracias por haber respetado de forma tan excepcional tu trabajo, ineludible valor que te convirtió en todo un profesional, admirado por su sencillez. Ese legado, a pesar de tu partida física, nos hará tenerte siempre presente.
Descansa en paz, amigo.
(Foto: “Miguelito” Miranda, ex carga bates de Camagüey/Tomada de la cuenta de Facebook de los Toros de Camagüey y de www.adelante.cu)
Sandy, this is truly one of your best stories! Being able to tell the stories of those grand characters who are "around" the game, people like Miguelito Miranda, is a special skill. Thanks for pointing me toward this archived story!