Yuracé
Lamentando la pérdida de un gran amigo, uno de los softbolistas más alegres y perseverantes que he conocido. Yuracé Medina, guerrero de la vida y el diamante: un ganador.
Por varias razones, he estado alejado del ritmo de escritura que normalmente has disfrutado si eres lector o suscriptor de Inside Baseball de Cuba. Mi abuela de 83 años ha requerido cuidados intensivos y estamos batallando para lograr su recuperación tras un accidente doméstico. He estado pensando en ustedes, estimados lectores, y doy gracias a todos los que se han preocupado por mi familia. Por supuesto, no he dejado de canalizar algunas ideas: estoy preparando un par de series sobre el béisbol cubano, que escribiré en nuevo año. Han sido días difíciles, en los que lamentablemente se ha unido el dolor de la reciente pérdida de un gran amigo, Yuracé Medina, a quien dedico estas líneas tras su sorpresiva partida. A sus familiares y amigos, mis más sentidas condolencias.
El impacto de la pelota entrando al guante negro ligeramente desgastado mientras un golpe de puño intentaba buscar flexibilidad, se sentía incluso a la distancia de 40 metros. A la izquierda, con los spikes mordiendo la hierba verde humedecida del terreno, el traje blanco impecable de uno de los jugadores exhibía su brillantez, mientras lanzaba la pelota de softbol y hacía un ejercicio de estiramiento con el brazo izquierdo. En frente, dejando ver una beta de cabello blanco debajo de la gorra, a unos diez metros, su compañero hacía galas de poderosos y certeros disparos a la altura del pecho desde la zona asfaltada camino al estadio Juan Ealo.
Aún sin que los rayos del sol abrazaran completamente el diamante del estadio Santiago “Changa” Mederos, el par de jugadores de softbol se tiraban pelotas entre sonrisas y un entusiasmo conmovedor.
Uno de ellos, era Yuracé Medina, a quien conocí segundos después de llegar al parque de béisbol y, en corto tiempo, le tomé un gran afecto como todo el que lo conocía. Ernesto Fonseca, Eddy Duque, dos de mis grandes amigos del mundo de la llamada “Bola Blanda” en aquellos años a finales de la década de 2000, fueron quienes me presentaron a Yuracé junto a mi primo Yasser Gómez Santana.
Era mi primer año de experiencia como director de un equipo y nos preparábamos para competir en el torneo de softbol Jorge Gelabert Pérez In Memoriam, como parte de la Coco Olimpiada organizada por los comentaristas de la emisora Radio COCO, mis colegas Iván Alonso y Yasel Porto. El equipo que pudimos conformar era básicamente de amigos softbolistas de la barriada de Luyanó y, ciertamente, no estábamos entre los favoritos ni siquiera para clasificar a los playoffs del torneo. Sin embargo, la unión que logramos entre varios veteranos y jugadores jóvenes —algunos sin experiencia en torneos recreativos organizados—, fortificó un Team Work que no dejó de sorprender a cada rival.
¿Cuál fue el resultado? Una sensacional clasificación a la final del torneo para enfrentar a los favoritos, el team de masones del municipio de Alquízar, tras vencer a la selección de la COCO en la Semifinal del evento. Cuando recuerdo cada uno de aquellos momentos, siento una indescriptible alegría. Teníamos un equipo, sí, literalmente, donde la mentalidad y el enfoque fue colectivo de principio a fin.
Como manager, tenía un propósito fundamental: ante todo, crear una familia, un grupo de hermanos que fuéramos a divertirnos dentro del campo. Con ese único afán, estar unidos y disfrutar la pasión de cada reto en el calendario, llegamos a discutir el título del torneo. El juego final lo perdimos por 12-8 durante una inolvidable tarde lluviosa de mayo de 2008, en el estadio Santiago “Changa” Mederos, pero aquel resultado se sintió como si hubiésemos ganado la corona.
Internamente, éramos campeones. Y uno de esos jugadores especiales que contribuyó en aquella selección naciente fue Yuracé Medina. Desde la primera vez que compartimos en el dugout, sentí el apoyo de un jugador verdaderamente especial. Recuerdo que me dijo: “Hermano, es un placer para mí del simple hecho de estar aquí y ser parte de este equipo”. Luego, se me acercó y me expresó “que él estaba dispuesto para jugar en cualquier posición, donde hiciera falta, de regular o como suplente. Que siempre estaría en función de darlo todo para ganar”.
Aquel intercambio en el parqueo de la Ciudad Deportiva nunca lo olvidaré. Pero más allá de interiorizar la magnitud de sus palabras, aprecié su expresión corporal, la humildad y el compromiso moral que me transmitían. Me sentí feliz por tener a Yuracé entre mis jugadores, como una de esas estrellas cuyo impacto sobrepasa los más honorables registros estadísticos. Adoro manejar los números, como bien sabía el equipo, pero no había forma de cuantificar toda la contribución que jugadores claves como Yuracé eran capaces de aportar en cada juego. No se trataba de jonrones o grandes atrapadas: el éxito estaba en la capacidad para impulsar una mentalidad ganadora, y mantener el entusiasmo incluso una semana antes de llegar al terreno de juego.
'Yura', 'El Vieja' (como le decían a modo de broma por las canas que coparon su cabello antes de lo normal) o 'Yuracé', era una gran persona. Un padre orgulloso e inseparable de su hijo Kendry, y si eres fanático del equipo de Industriales, sin dudas comprenderás por qué quiso que su hijo se llamara así: “Por Kendry Morales, porque fue mi ídolo”, me dijo Yuracé cuando le hice la pregunta recurrente sobre el nombre de su primogénito.
Precisamente, la última vez que nos vimos, hace sólo unos meses, Yuracé acompañaba a Kendry para tomar el ómnibus rumbo a la escuela. “Ustedes son inseparables”, les dije sonriendo, mientras bajaban las maletas de un rutero. Y, al instante, comenzamos a hablar de deportes, con el debido orden comenzando por los temas candentes del béisbol: los playoffs de la 61 Serie Nacional, y la situación de Industriales al borde del abismo. Luego, me actualizó sobre su accionar en las diferentes ligas de softbol recreativo donde estaba participando. Y, como fanático al fútbol que era, buscó la manera de conectar el debate sobre la eterna rivalidad Messi vs CR7.
El conocimiento de Yuracé sobre los deportes era tan inagotable como apasionante. Podías preguntarle sobre cualquier tema porque, además, era un fanático a practicar deportes. En más de una ocasión le dije cómo admiraba su pasión y la perfecta dupla que hacía con su hijo Kendry. Ahora me colman los recuerdos de tantos momentos juntos, de conversaciones e intercambios realmente divertidos.
Recuerdo cuando platicábamos pensando cómo unir más al equipo de softbol, o simplemente aquellas jocosidades al ver el estilo de bateo o picheo de algún rival: “Este pitcher se parece a Salatiel Fonseca”, me dijo en medio de un partido, y no pude dejar de sonreír mientras repartía las señas desde el cajón de coach de tercera. Por supuesto, era imposible parecido alguno entre Salatiel y aquel lanzador del softbol, pero fue una manera de recordar nombres 'rebuscados' de peloteros poco famosos.
Sí, pocos entendían el mensaje, o sea, sólo quienes realmente se tomaban el trabajo de aprenderse los nombres de cada jugador de los equipos de la Serie Nacional, desde las estrellas hasta los poco conocidos. Por esos y tantos detalles más que a veces pasan desapercibidos, admiré la bondad y el gran corazón de Yuracé, quien se ganó la amistad y el afecto de mi familia.
Nos conocimos hace 14 años y aún parece que fue ayer. Con tantos gratos recuerdos dentro y fuera del terreno de juego, he pasado todo este sábado intentando encontrar una manera de conformarme con la idea de no volver a verlo físicamente. Anoche, la noticia de su partida me desveló. La vida le jugó una mala pasada a un gran amigo, a un hermano de corazón, de esos que Dios pone en nuestro camino para siempre.
Aunque nunca nos acostumbraremos a tu repentina partida con tan sólo 40 años, es admirable recordar a cuántas personas lograste cautivar con la sencillez, humildad y el gran corazón que te caracterizaba.
A ti, hermano, te admiraré por siempre. No estarás físicamente, pero nos queda tu legado, tu inspiradora sonrisa cuando el inning se tornaba gris, atrayendo la esperanza, porque eres un ganador.
Paz a tu alma, guerrero.